Nuestros compañero de la sección de natación, Héctor, nos hace un relato de su primera experiencia en travesías a nado.

El domingo 6 de agosto una pequeña delegación de GMadrid Sports, formada por Oscar, Paco, Sergio, Daniel, José Manuel, David y un servidor hemos tenido la fortuna de participar en el LX edición del Descenso a nado de la Ría de Navia, en Asturias. Llegamos en coche el viernes por la noche a Puerto de la Vega, un pueblo próximo a Navia, donde tuvimos el privilegio de ser acogidos en casa de Ana, David y su familia. Han sido unos grandes anfitriones. A pesar del clima lluvioso tengo que decir que aprovechamos el tiempo, el sábado nos iniciamos en el surf, comimos como reyes y por la tarde fuimos en busca de los dorsales y a tomar unas sidras por Navia.

Y llegó el domingo. Fuimos a buscar los trajes de neopreno que habíamos alquilado por el temor al frío de la ría. Pegamos las numerosas calcomanías con los dorsales en los neoprenos y comprobamos que nos quedan como un guante. Aunque soy novato, los nervios no aparecen. A continuación comemos un plato de pasta y partimos a Navia. Allí nos dividimos ya que salimos de puntos distintos: Paco, Oscar, Dani y Sergio, por un lado, ya que hacen 2.400 metros;  José Manuel y yo hacemos, que hacemos 1.100 metros, por otro. Estamos con tiempo más que de sobra, así que hablamos con otros nadadores. Ha salido el sol y no hay ganas de ponerse el neopreno… así que cuando se aproxima la hora y estoy embadurnado de vaselina para evitar los roces del neopreno, descubro que mi traje no cierra: ¡la cremallera no funciona! Pedimos ayuda a otros nadadores que usan neopreno, pero no hay manera. Los nervios ya han aparecido.

Decido que nadaré sin neopreno, así que meto el neopreno en la mochila para que se lo lleve la organización, pero en ese momento reparamos en que ya se han ido: a cinco minutos de que empiece la prueba yo estoy sin neopreno y tenemos las dos mochilas con nosotros. Entonces José sale corriendo, descalzo y embutido en el neopreno, al coche para dejar en él las mochilas, dejando a continuación las llaves en el bar donde habíamos tomado un café poco antes. A pesar de los contratiempos llegamos a tiempo a la salida. Meto el pie en la ría y el agua está fría, bastante, pero es soportable.

Apenas ha comenzado la travesía y ya le he pegado un trago al agua, ¡sorpresa!, está salada y no tiene buen sabor. Llevo un rato nadando y me gusta, cada vez que saco la cabeza por la derecha cambia el paisaje y ves al público que anima. De vez en cuando  se forman pequeños cuellos de botella y acabo entre dos nadadores, pero nadie sale herido. Me entra agua continuamente en el ojo izquierdo y eso que las gafas son nuevas, pero no concibo pararme a ajustarlas. A medida que nos acercamos al puerto hay más gente gritando y jaleando. Hago la curva de entrada al puerto y ya diviso la meta, esto está hecho. Salgo del agua y me dan una medalla y un chocolate caliente que me quita el gusto salado de la ría. Ana y su familia están en la meta esperando. ¡Objetivo cumplido!

Cuando salen del agua nuestros compañeros del 2.400, una vez vestidos, nos disponemos a disfrutar del típico “bollo preñao” de la zona y nos reímos a carcajadas del percance del neopreno.

La familia de Ana nos agasaja con una barbacoa para cenar y celebramos el cumpleaños de Sergio. Hemos pasado unos días geniales en Asturias con la excusa de nadar. No me gustaría cerrar este relato  sin agradecer el cariño y la atención de Ana y toda su familia. Nos han hecho sentir como en casa.

Ha sido mi primera travesía pero espero que no sea la última.